El ambiente de Luigi
No estaba desmemoriada para los refranes cuando titulé este gastroreportaje y tampoco son mis palabras la contradicción que aparentan: sencillamente es un lugar del que mucha gente habla, pero me voy con la sensación de que aún no lo suficiente…
Decidí sentarme a comer en la barra para tener un buen panorama de todo el local y no esperar una mesa. Reinaba una vorágine divertida entre los empleados y un ambiente familiar y relajado entre los numerosos comensales que llenaban las mesas y el silencio. De alguna forma, todo armonizaba con el espacio moderno y elegante que lo envolvía.
De entrante Vitello Tonnato
Opté por dejarme aconsejar, ya que debo confesarme fan de la comida italiana y hubiera pedido el 90% de los platos de la extensa carta. La camarera prometió sorprenderme y ¡vaya si lo hizo!: volvió unos minutos más tarde con un plato que nunca había probado y cuyos ingredientes me parecieron, al menos, exóticos. Carne roja con salsa de atún, anchoas y alcaparras. Su sabor es de una sutileza inesperada, considerando los ingredientes que combina. Más tarde, intrigada con el vitello tonato, descubrí que es un clásico italiano, que aún no goza en España de la fama que merece.
El horno de leña de Luigi, sus pizzas y mis "Paccheri Gibertini"
El segundo plato fue una decisión compleja: veía frente a mí un enorme horno de leña color dorado que, según me contó uno de los pizzeros (“pizzaioli” los define la tradición italiana) evoca la forma del volcán que vigila Nápoles. Este, en lugar de lava, expulsaba pizzas con un aspecto que me hacía agua la boca. Pero quería probar la pasta y nuevamente me dejé aconsejar, esta vez por el encargado, que también dio en el clavo: “Paccheri Gibertini” sentenció cuando dejó ante mí un plato que rebozaba aromas y colores. Esta pasta seca, de gran tamaño, se acompaña de almejas, calamares y gambas con setas y tomate cherry. Sublime unión que amalgama en la comida napolitana, el mar y la tierra que la caracterizan.
De postre un clásico: Tiramisú
Para coronar el banquete, no podía faltar un postre. En esta instancia decidí por mi cuenta y aposté a un clásico: tiramisú. Como todo lo que pasó por mi boca ese mediodía, no me decepcionó. Suave, cremoso y lleno de matices, me atrevería a decir que es de los mejores que he saboreado.
¡El vino no paró de fluir, casi olvido mencionarlo! Quizás porque mientras escribo vuelvo a esa atmósfera y me siento otra vez algo mareada por los sabores y las diferentes copas de variedades italianas, algunas de las cuales jamás había oído nombrar.
Me fui deseando, con total honestidad, que el secreto a voces que se hizo rumor, que se hizo chisme, que se hizo fama, se haga finalmente noticia entre quienes disfrutamos descubriendo lugares donde comer como reyes, sintiéndonos como en casa.